La exposición personal de Jorge Jenkins está abierta al público desde el pasado 18 de junio y cerrará el próximo dos de julio en horario de 9:00am a 4:00pm sin cerrar al mediodía.
Titulada “INCANDESCENCIA”, está dedicada a su esposa e hijos, y es el resultado de un cumulo de circunstancias según lo afirmó durante el acto inaugural de exposición que se muestra en el Salón de los Cristales del Teatro Nacional Rubén Darío.
Palabras del Autor
Amigos todos:
Dedico esta mi primera exposición personal a mi esposa María Lourdes Morales y a mis hijos George Andrés, Daphne Gabriela, Javier Francisco y Jorge Ignacio.
Esta muestra es posible por un cúmulo afortunado de circunstancias. En primer lugar, por la reiterada sugerencia de amigos para realizarla. Segundo, por la generosa ayuda de amigos pintores, críticos de arte y conocedores del tema que me aconsejaron y orientaron como navegar en medio del piélago de posibilidades pictóricas. También por el entusiasmo del Maestro Ramón Rodríguez, director del Teatro Nacional Rubén Darío, la catedral cultural de nuestro país, con más de cincuenta años al servicio de las artes para todo el pueblo. Ramón y su eficiente equipo de colaboradores me han brindado todo su apoyo, haciendo posible este acto. Por todo esto no puedo menos que sentirme dichoso. Y también, de verdad, bendecido, pues detrás de las circunstancias referidas está sin dudas la poderosa mano del Creador.
En el tercer grado de primaria que cursé en el Colegio Tridentino San Ramón de León gané el primer premio de dibujo de mi clase. Ese lejano hecho de mi vida que ahora evoco, me dejó el descubrimiento del poder de crear obras que salen de uno mismo y que adquieren vida propia. Ya de adolescente visitaba la galería Praxis por mera curiosidad, y entre la magia de los olores del óleo y las embadurnadas paletas de los pintores recuerdo los afanes de Omar de León, pintando en una suerte de trance. Desde entonces me sigue pareciendo que pintar es un acto de creación de vida, solo que en la mayor parte de los casos uno no sabe en qué dimensión estará esa vida, ni qué camino le deparará el destino. Una pintura encierra un misterio propio que cada quién descifra a su manera. El pintor mismo no puede –ni debe- interpretar esa vida, que sale de su lienzo y penetra en el alma del espectador y que, por tanto, ya no le pertenece. Es un hijo que adquirió la mayoría de edad y eligió su propia vida; hijo al que le salieron alas y voló libre en el viento de su propia identidad.
A veces las clasificaciones formales de las obras de arte resultan sobranceras, pues al final una obra gusta a unos, disgusta a otros y resulta indiferente acaso para la mayoría. Un cuadro puede, literalmente, atrapar a un observador y convertirse en obsesión por poseerlo. Al adquirirlo se consuma esa especie de libido artístico, sin que exista escala métrica alguna que pueda medir ese placer. Pero con el arte esa pulsión no desemboca en una descarga que extingue el deseo, sino que más bien se convierte en una permanente introspección de gozo estético.
Esta noche yo les presento 47 obras. Cada una de ellas está preñada de significados que, como he dicho, ni yo mismo conozco. Ahora son ustedes los que me dirán si la incandescencia y el resplandor les tocaron alguna fibra de su sensibilidad y les motivó acaso indiferencia, desdén, deleite, paz, pasión, nostalgia, reflexión, solaz o amor. Ustedes son los jueces. Jueces, no de mi obra, sino de la reacción emocional que las mismas provocarán en ustedes. Por favor, tomen su propia decisión.
Que tengan un buen paseo vespertino por esta mi vereda de bosques, mares, y volcanes.
Managua, 18 de junio de 2021.